San Virila era abad del monasterio de Leyre, llevaba tiempo atormentado por la incomprensible idea de la eternidad, tanto que pedía a Dios que le revelara su significado.
Una tarde de primavera, como solía hacer, salió a pasear por la sierra cercana. Cansado, decidió descansar junto a una fuente y, absorto por el melodioso canto de un ruiseñor, permaneció allí durante lo que él creyó eran solo unas horas.
Al regresar al monasterio, se sorprendió al no reconocer a ninguno de los monjes que lo habitaban.
Confundido, recorrió el lugar, perplejo ante los muchos cambios que no recordaba. Notó, además, que ninguno de los monjes parecía reconocerle a él.
Decidió hablar con el Prior, quien escuchó su relato con asombro.
Juntos, se dirigieron a la biblioteca en busca de respuestas. Revisando antiguos escritos, descubrieron que "trescientos años antes, un abad llamado San Virila había gobernado el monasterio y se había creído que había sido devorado por fieras durante uno de sus paseos."
Con lágrimas en los ojos, San Virila comprendió que él era aquel abad del relato y que Dios había respondido a su súplica, permitiéndole experimentar la eternidad de una manera milagrosa.
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