En un caluroso día de verano, un peregrino agotado subía por un puerto de montaña cuando, en una fuente, se le apareció el diablo, disfrazado de un apuesto joven.
El demonio, con intenciones de desviar al caminante de su fe, le ofreció agua para calmar su sed, pero a cambio, le exigió que renegara de Dios. El peregrino, firme en su devoción, rechazó la oferta.
Persistente, el demonio intentó una segunda vez, esta vez pidiéndole que renunciara a la Virgen María para obtener el agua. De nuevo, el peregrino se mantuvo fiel y se negó a cumplir la demanda.
En un tercer intento, el diablo le propuso renunciar al apóstol Santiago para saciar su sed. El peregrino, en lugar de ceder, comenzó a rezar con fervor, pidiendo ayuda divina.
Su acto de fe hizo que el diablo desapareciera en una nube de azufre, y en su lugar, brotó una fuente cristalina, donde el peregrino pudo finalmente beber y refrescarse.
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