Gerona, 1810, a pesar de su resistencia heroica, cayó en manos de Francia. La mayor parte de la guarnición que quedó vigilando contra los franceses para proteger a la población civil, se sentía ya muy insegura. Los ciudadanos hacían lo posible para triunfar contra el enemigo, al que acosaban de todas las formas posibles. Pero una noche, cuando los ánimos franceses estaban en su cuartel particularmente encendidos por las escaramuzas de los gerundenses a causa de las que habían tenido muchas pérdidas, algunos de estos franceses planearon una estratagema para escarmentar a la población.
La estrategia era salir sigilosamente y entrar en las casas de los vecinos para matar a cuantos pudieran sin reparar ni en estado ni condición. Así lo hicieron, se armaron y salieron a la calle como habían planeado.
Gerona estaba en silencio y en la oscuridad, nadie sabía de los planes de los franceses, nadie podía avisar a la población de nada. Cuando ya estaban preparados, una de las campanas de la catedral empezó a tañir a arrebato y su eco era más fuerte que nunca lo había sido, resonaba por todas partes, en todas las paredes de las casas y parecía incrementarse hasta el infinito.
A la respuesta a la campaña, todas las ventanas empezaron a lucir y todos se preguntaron qué pasaba; Gerona salió a la calle y mirando al campanario de la Catedral los vecinos decían: ¡¡Es La Susana¡¡, así se llamaba la campana que sonaba.
La Susana tocaba sola, nadie la movía, lo comprobó el clero; y se movía con una fuerza incapaz de ser humana. La Susana había salvado a Gerona de la matanza que planeaba el francés. Fue uno de los franceses, asombrado con lo que parecía un milagro, quien contó lo que habían tramado contra Gerona y sus vecinos en el cuartel francés.
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