En la antigua Granada, un rey anciano conocido como Aben Habuz vivía rodeado de riquezas acumuladas a lo largo de su vida como valiente guerrero. Sin embargo, los años habían apaciguado su sed de conquista, y su mayor preocupación ahora era proteger sus tesoros de las constantes amenazas de los jóvenes guerreros cristianos.
Un día, llegó al reino un sabio árabe llamado Ibrahim, procedente de Egipto. Se decía que este hombre poseía conocimientos profundos de las ciencias, incluyendo el secreto de la vida eterna, gracias a un mítico "libro de la sabiduría" que, según la leyenda, había sido entregado a Adán al salir del paraíso. Ibrahim ofreció al rey un ingenioso artefacto que le permitiría prever cualquier ataque enemigo.
El sabio creó un tablero de ajedrez mágico donde un pequeño jinete con lanza apuntaba hacia la dirección de un ejército enemigo. En el tablero, las piezas reproducían con exactitud las formaciones y movimientos del adversario. Ibrahim explicó que si el rey destruía las piezas representadas, el ejército enemigo sería derrotado antes de llegar. A cambio de este prodigio, el mago pidió que le habilitaran una cueva en las montañas, equipada con comodidades y lujos para estudiar sus ciencias. Aben Habuz, encantado con la idea, aceptó de inmediato, aunque esto le costó gran parte de su fortuna.
El tablero cumplió su propósito, y el rey disfrutaba anticipando y derrotando a sus enemigos. Sin embargo, un día, el jinete señaló un valle cercano, pero no aparecieron piezas en el tablero. Intrigado, el rey env
La belleza de la joven cautivó tanto al rey como al mago Ibrahim, quien también deseaba poseerla. Sin embargo, Aben Habuz reclamó a la joven para sí, embelesado por su encanto. Aunque la cristiana no correspondía a los sentimientos de ninguno de los dos, permaneció en el palacio. Pronto, el rey comenzó a gastar lo que le quedaba de su tesoro en regalos y lujos para conquistar su corazón. Cada vez que intentaba acercarse a ella, la joven tocaba su lira, sumiéndolo en un profundo y placentero sueño.
Los súbditos del rey, descontentos con los gastos desmedidos y la inacción de su gobernante, se rebelaron. Aunque logró sofocar la revuelta, Aben Habuz pidió ayuda al mago, deseando vivir en paz junto a la joven. Ibrahim propuso crear un paraíso secreto donde el rey pudiera disfrutar de su amor sin ser molestado. Este lugar, dijo, estaría protegido por una puerta mágica que solo permitiría la entrada a quienes el rey deseara.
Encantado con la idea, Aben Habuz aceptó. Ibrahim construyó el paraíso en una montaña en tan solo tres días, y en la puerta colocó un relieve de una mano y una llave. Como pago, pidió al rey que le entregara el primer ser vivo que cruzara el umbral de la puerta. Cuando la obra estuvo lista, el rey, la joven y el mago acudieron para admirarla. Mientras contemplaban la puerta, el caballo de la joven avanzó y cruzó el umbral.
Ibrahim reclamó a la joven como suya, pues había cruzado primero. El rey se negó, pero el mago, montado en su caballo, entró tras ella y cerró la puerta, dejándolos atrapados en el interior. Desde entonces, se dice que quien se detenga frente a la puerta y escuche por un momento podrá oír los acordes de la lira de la joven y sentirá un profundo sueño invadiéndolo, igual que le sucedió al rey Aben Habuz.
Hoy, en ese lugar, se alza la Alhambra, y la puerta de la mano y la llave permanece como un testigo mudo de esta antigua leyenda, esperando a quien se atreva a abrirla sin sucumbir al sueño eterno.
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