San Antonio tiene gran popularidad por los prodigios que realizó en vida y también después de su muerte.
Cristo concedió el don de los milagros a los primeros predicadores del Evangelio para marcar con el sello divino su palabra. Era necesario probar con señales indudables la doctrina del Maestro y conducir así a los infieles a la verdadera religión.
También Antonio ejerció su ministerio junto a los infieles; tuvo que defender muchas veces los dogmas de nuestra fe ante los herejes –patarenos, cátaros y albigenses– que pululaban en el sur de Francia y norte de Italia. Los raciocinios teológicos no eran suficientes para convencer a los espíritus llenos de prejuicios; así que el Santo recurrió al argumento irresistible del milagro.
Los antiguos biógrafos –entre los cuales Juan Rigauld, cuya declaración posee un valor considerable– relatan cómo un día discutía con un hereje que se negaba obstinadamente a admitir el misterio de la transubstanciación, porque después de las palabras de la consagración no percibía cambio alguno en las especies eucarísticas. Antonio acumulaba en vano las pruebas sacadas de la Escritura y de la tradición; todos sus esfuerzos chocaban con la obstinación de su interlocutor. Cambió, entonces, de táctica.
–Usted tiene –dijo– una mula que utiliza para montarla. Voy a presentarle una hostia consagrada; si se postrase ante el Santísimo Sacramento, ¿admitirá la presencia real del Salvador en las especies eucarísticas?
–Sin duda–, respondió el incrédulo que esperaba dejar en ridículo al apóstol con semejante apuesta. Acordaron realizar la prueba tres días después; y para garantizar mejor el éxito, el hereje privó al animal de cualquier alimento.
En el día y hora fijados, Antonio que se había preparado con sus oraciones, salió de la iglesia llevando el ostensorio en sus manos. Por el otro lado, el incrédulo llegaba sujetando al hambriento animal por las riendas; y una gran multitud se agolpaba en la plaza, llena de curiosidad por presenciar el espectáculo.
Con una sonrisa en los labios, nuestro hombre, pensando ya triunfar, colocó ante el animal un saco de avena. Pero la mula, entregada a sí misma, se desvió del alimento que se le ofrecía y dobló las patas ante el augusto Sacramento; sólo se levantó después de haber recibido el permiso del Santo.
Es fácil de imaginar el efecto que produjo el milagro. El hereje mantuvo la palabra y se convirtió; varios de sus correligionarios abjuraron también de sus errores.
Juan Rigauld no indica el lugar en donde el hecho ocurrió; la crítica actual apunta a Rímini como el palco. En 1417 construyeron en esta ciudad una capilla destinada a conmemorar este gran acontecimiento; muchos años antes ya habían erigido una columna en el propio lugar en donde se realizara el prodigio.
Fuente: Enciende tu vela a San Antonio
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