Un día, el rabino Baal Shem Tov estaba contando historias a sus discípulos y viendo que sus alumnos estaban sorprendidos por la sencillez de las mismas, no acordes a la importancia del maestro, éste les empezó a relatar otra parábola para la ocasión, según la cual:
Cierto poderoso monarca de la antigüedad encargó a su hijo la defensa de una fortaleza en la frontera, que con certeza sus enemigos se proponían sitiar y conquistar.
El rey indicó a su hijo que requisara y almacenara en la fortaleza todos lo víveres que pudiera conseguir. Si los víveres no eran de la mejor calidad, le dijo, llenara los almacenes con víveres más sencillos, pero tales que aguantaran almacenados mucho tiempo.
El príncipe obedeció a su padre, y como ese año no había sido una de las mejores cosechas, almacenó todo tipo de alimentos que aguantaran mucho tiempo sin descomponerse, aunque en otros años de cosechas abundantes hubieran sido desechados.
El sitio de la fortaleza duró mucho tiempo, los alimentos menos apreciados, los considerados sencillos, permitieron a los habitantes de la fortaleza triunfar sobre el asedio.
Continuó Baal Shem Tov dirigiéndose a sus alumnos:
Deberíais almacenar en vuestras memorias estas parábolas sencillas, que pueden alimentar el alma tanto como las enseñanzas más elevadas. Las parábolas sencillas son, en definitiva, las más elevadas, en cuanto llevan la verdad al corazón de más gente.
A veces desechamos lo simple, no le damos el valor que merece solo porque estamos acostumbrados a tenerlo; mientras que es lo simple lo que sustenta nuestra vida siendo el alimento necesario para el largo y tortuoso camino que hemos de recorrer en nuestras vidas. Por tanto tarea importante en el camino del autoconocimiento sería recuperar enseñanzas y/o actitudes sencillas, armas poderosas para el crecimiento, tales como la sonrisa, la observación, escuchar, sentir... son gratis y sin embargo constituyen un tesoro incalculable.
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